El primer electrodo capaz de registrar la actividad cerebral se implantó en un cráneo humano en 1924. Un siglo después, la neurotecnología potenciada por la inteligencia artificial (IA) es capaz de devolver el hablaEnlace externo y la movilidad a personas con afasia y discapacidad motora.
La integración de la IA en dispositivos que interactúan con el cerebro permite interpretar en tiempo real datos neuronales complejos y adaptar la respuesta a las necesidades individuales del paciente. Esta innovación promete ampliar las opciones de tratamiento de enfermedades como el Parkinson y el Alzheimer.
Sin embargo, aunque los avances despiertan esperanzas, también crece la preocupación por el potencial de estas tecnologías para alterar la personalidad y la libertad de pensamiento.
«Las neurotecnologías pueden socavar la privacidad, la autonomía y la integridad mental como nunca antes», afirma Milena Costas Trascasas, experta independiente en derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Con el auge de la neurotecnología de consumo para el bienestar mental, como las bandas que monitorizan la actividad cerebral para reducir el estrés o mejorar el sueño, entramos en una peligrosa zona gris, según Costas Trascasas. Las empresas privadas controlan el desarrollo de estas tecnologías y podrían acceder a los datos neuronales, analizarlos y utilizarlos con fines comerciales.
«Estamos hablando de explotar el último refugio de la privacidad, que es la mente», afirma Costas Trascasas.
Por eso, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, con sede en Ginebra, encargó a su comité asesor, del que forma parte Costas Trascasas, la elaboración de un informeEnlace externo sobre el impacto y los retos de la neurotecnología. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) también ha advertidoEnlace externo de las amenazas a la privacidad mental y trabaja en recomendaciones globales.Enlace externo
Además del «neuromarketing», el informe de la ONU señala otras aplicaciones comerciales especialmente preocupantes, como el «neurojuego», sobre todo para niños y jóvenes, que corren el riesgo de ser inducidos al consumo compulsivo y a la adicción. Las tecnologías para mejorar el rendimiento laboral y la concentración también plantean numerosas cuestiones éticas y jurídicas, al igual que las que prometen «potenciar» las capacidades humanas y la resistencia al estrés y las emociones, sobre todo en contextos militares.
«Muchos de estos usos promovidos son preocupantes porque desconocemos los efectos que pueden tener sobre la salud mental y la integridad personal», explica Costas Trascasas.
En Suiza, la comunidad científica investiga a fondo los efectos negativos de la neurotecnología. El proyecto internacional Hybrid MindsEnlace externo (Mentes Híbridas), en el que participan varias universidades suizas, ha estudiado a más de 80 pacientes con enfermedades neurológicas o psiquiátricas, como Parkinson o trastorno obsesivo-compulsivo.
Muchos de ellos experimentaron beneficios con el uso de prótesis neurológicas, pero algunos percibieron una especie de distanciamiento de sí mismos, «como si los componentes artificiales hubieran tomado el relevo de las intenciones originales de la persona», explica Marcello Ienca, catedrático de Ética de la IA de la Universidad Técnica de Múnich e investigador principal de la Facultad de Humanidades de la EPFL de Lausana.
Otros pacientes desarrollaron tal integración con la tecnología que se sintieron «desconectados» cuando se desactivó el dispositivo, afirma Ienca.
El fracaso de los tratamientos neurológicos también puede tener consecuencias dramáticas. Ienca y la psiquiatra Ambra D’Imperio relataron el caso de una mujer suizaEnlace externo, aquejada de una rara enfermedad genética similar al Parkinson, que intentó suicidarse tras someterse a un tratamiento de estimulación cerebral profunda que resultó ineficaz.
«La paciente se encontraba en un estado tan grave que se aferró a la esperanza de este tratamiento. El fracaso fue tan desestabilizador que la llevó a intentar suicidarse», afirma D’Imperio, que trabaja en los Servicios Psiquiátricos de la Universidad de Berna y siguió el caso personalmente.
Por eso, D’Imperio subraya que es crucial informar a los pacientes de los riesgos y no sustituir al psiquiatra por un algoritmo o una máquina. Eso es especialmente importante, ya que quienes padecen enfermedades crónicas suelen estar dispuestos a todo para curarse, incluso a renunciar a su intimidad y libertad mental.
A pesar de los riesgos, las neurotecnologías muestran resultados prometedores, como en el tratamiento de ciertas enfermedades neurológicas y mentales.
Los implantes cerebrales de alta frecuencia, que estimulan determinadas zonas del cerebro, pueden tratar la enfermedad de Parkinson en sus fases iniciales, devolviendo a los pacientes una movilidad casi normal. Desde finales de los años ochenta, alrededor de un millón de personas en todo el mundo se han beneficiado de estos tratamientos.
Gracias a la IA, pronto será posible Enlace externoestimular muchas más regiones cerebrales simultáneamente mediante miles de electrodos. Eso permitirá tratar no sólo el Parkinson, sino también otras enfermedades como el Alzheimer, la epilepsia, la depresión y la esquizofrenia, que actualmente representan un tercio de los costes sanitarios en Europa.
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