Entre las numerosas incógnitas que el nuevo coronavirus presenta a los científicos, una nubla el entendimiento de un factor clave para terminar con la pandemia: los anticuerpos del organismo humano. Algunos estudios habían indicado que duraban pocas semanas, hasta un máximo de 12 meses, lo cual hacía que las reinfecciones representaran la amenaza de una temporada eterna de COVID-19.
Sin embargo, un trabajo realizado sobre 30.000 personas en Islandia reveló que no es así: la inmunidad dura como mínimo cuatro meses, lo cual reabre la esperanza sobre la utilidad de una vacuna contra el SARS-CoV-2.
La investigación, realizada por el laboratorio deCODE, de Reikiavik, una filial de la biotecnológica Amgen, de los Estados Unidos, destacó que, a diferencia de las anteriores, que observaron a las personas durante 28 días, esta los siguió durante cuatro meses, y halló que entre uno y dos meses después de la infección, el cuerpo produce una segunda serie de anticuerpos que podrían brindar una protección más duradera.
En la presentación del artículo, publicado en The New England Journal of Medicine (NEJM), “El poder de la vigilancia basada en los anticuerpos”, Galit Alter y Robert Seder explicaron: “Las infecciones y las vacunas generan dos olas de anticuerpos. La primera ola se debe a células de plasma de poca duración, destinadas a poblar la circulación del sistema, que mengua rápidamente una vez superada la infección aguda. “La segunda ola se genera a partir de una cantidad menor de células de plasma de mayor duración, que brindan una inmunidad perdurable”.
Un dato extra que suma relevancia al estudio de deCODE —realizado junto con hospitales, universidades y organismos de salud islandeses, lo cual le permitió cubrir casi al 15% de la población— es que Islandia logró contener la COVID-19 apenas comenzó la pandemia gracias a un rastreo de infecciones y contactos de gran intensidad. Incluso en esas semanas iniciales, solo un 1% de la población cayó enferma: se logró identificar a los asintomáticos y evitar que propagaran el nuevo coronavirus. Gracias a esos elementos, la tasa de mortalidad se redujo allí al 0,3 por ciento.
El artículo “Respuesta inmune humoral al SARS-CoV-2 en Islandia” destaca que el nivel de anticuerpos de las personas recuperadas no se redujo mientras duró el estudio, que además de masivo fue prolongado: “Nuestros resultados indican que los anticuerpos antivirales contra el SARS-CoV-2 no menguaron durante los primeros cuatro meses después del diagnóstico”. Eso se verificó en más del 90% de los pacientes que superaron la enfermedad.
Si se encontrase una vacuna que generara anticuerpos similarmente duraderos, “habría esperanza de que la inmunidad del huésped de este virus impredecible y altamente contagioso no fuera fugaz y resultara similar a aquella que producen la mayoría de las demás infecciones virales”, escribieron Alter y Seder en su comentario sobre el estudio.
Kari Stefansson, consejero delegado de deCODE y autor principal del texto, empleó dos tipos de pruebas “altamente sensibles y específicas”, siguieron. Sus análisis de diferentes anticuerpos, “capturados a través de diferentes antígenos del SARS-CoV-2″, mostraron “una instantánea sin precedentes” del modo en que surgen y se mantienen los anticuerpos tras la invasión del coronavirus a las células.
La falla principal de los estudios previos es que solo captaron la primera ola de anticuerpos que, en efecto, dura poco, ya que su fin es trabajar en el período agudo de la infección. “El muestreo posterior o durante un período más largo de tiempo puede proporcionar un reflejo más exacto de los patrones de decaimiento de la respuesta inmunológica. En este sentido, en el estudio de Islandia se observó un aumento y una decadencia temprana de los anticuerpos, pero con una pérdida limitada de anticuerpos en momentos posteriores, conclusión que apunta a una inmunidad estable contra el SARS-CoV-2 durante al menos cuatro meses después de la infección”, cerraron.